LOS CAMINOS DEL HOMBRE DE AZOGUE
CAPÍTULO VIII: LA CANCIÓN DE MI ROSA
Durmieron junto a Juan, el desertor, en su cueva. Era una cueva cálida llena de historia, de recuerdos, de fantasías, de prestidigitación.
Como una instalación del museo Vostell en Malpartida (*), cada silla, cada esquina, era un pedazo de tiempo congelado. Se sentaban sobre un mosaico y se envolvían de la violencia de las guerras púnicas, y de elefantes cruzando los Alpes, de barcos llegando a Cartago, de hombres festejando, cantando y silbando. Y construyendo y reconstruyendo. Incluso creando. Lee el resto de esta entrada »