El viaje al poder de la mente. El cáncer

Quiero transcribir dos párrafos del Capítulo 7: “La moral es innata”, en el que Eduardo Punset nos revela su experiencia con el cáncer. En el primer párrafo reflexiona sobre cómo, para el enfermo,  el tiempo para a cámara lenta. Creo que también pasaba a cámara lenta para mí, como acompañante, viví esos meses como si fueran toda una vida:

 

“Me alegró sobremanera poder explicarle porqué tenía él la impresión de que el tiempo pasaba, efectivamente, a cámara lenta, después de las sesiones de quimioterapia. Hoy sabemos que el tiempo es un conjunto de componentes que el cerebro intenta agrupar de una determinada manera en función de nuestras supuestas necesidades. Los percances fuertes, tanto de origen fisiológico como psicológico-y la filtración celular de líquido envenenado lo es-, afloran una gama de emociones e intensidades mayores que un acontecimiento normal. El cerebro proporciona entonces el sentimiento –igual ocurre cuando se vislumbra la posibilidad de un accidente mortal- de que el tiempo pasa a cámara lenta, se trata de una prueba adicional de hasta qué punto la realidad es una fabricación cerebral, por mucho que cueste admitirlo a las personas acostumbradas a otros dogmas heredados.”

 

En el segundo párrafo con el que concluye el capítulo expresa de forma muy poética sus experiencias con el cáncer y el recuerdo de las experiencias de los demás. A mí también me impresionaron otras experiencias que viví a nuestro alrededor, especialmente la muerte de una joven sevillana y el dolor de su madre y de su padre con quienes había establecido cierta amistad afectiva, nunca comenté con Manolo esta dura experiencia: (págs 180- 181)

 

“De mi paso por la clínica y el hospital guardo el recuerdo de las experiencias de los demás impresas en mi inconsciente; conservo el latido del desamparo inmerecido impuesto por la ausencia de propósito en la evolución de que me hablaba el paleontólogo  Stephen Jay Gould hace ya muchos años, tres o cuatro antes de morir, justamente, de cáncer. Me ha quedado el impacto imperecedero del altruismo cristalizado miles de miles de años antes de que las religiones formularan supuestas solidaridades. Oigo solo el rumor de la manada. La primera piedra de toque de que existía el Universo. Luego, efectivamente, se sucedieron los líderes y después la historia de uno mismo. Antes, mucho antes, solo había el ruido, el baile y la música de la manada. El cáncer me devolvió a la manada y, por ello, le estoy profundamente agradecido.”

(pág 182)

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